domingo, 5 de septiembre de 2010

Fever

5 Septiembre 2010.
Aquí sigo.
Hoy cumplo 3 años y Loquia se pregunta cómo es posible.
¡Milagro! Eso dice con todo el amor que su corazón humano puede sentir, milagro.
Ya saben eso de que estuve a punto de morir y lo de mis problemas de páncreas y bla guau bla, pero aquí sigo.
En este blog, saludando a mis amigos mejicanos, argentinos, españoles en general y canarios en particular, no vayan a enfadarse mis queridos autóctonos.
Aún no he visto ningún regalo, andan relajados mis compañeros de piso este domingo de menos calor y viento. Bueno, qué le vamos a hacer, pienso en un solomillo, pienso en helado de chocolate, pero me conformaré con un poco de melón y sandía, espero sobrevivir tres años más.
Mis patas se enredan en estas teclas. No sé por qué pero estoy nerviosa, es extraño.
Escucho a La Lupe y algunos de mis millones de pelos se erizan. Me dirijo de nuevo a ustedes sintiendo correr las letras por el blanco y me siento bien, muy bien, pero es extraño.
Estoy viva, sigo aquí sumando para el milagro. El aire me trae olores desde el mercado, el rastro, humanos sacando a pasear ese poco de felicidad que guardan para días como hoy, domingo 5 de septiembre, mi cumpleaños.
Escucho a La Lupe y me sube la fiebre. Me gusta esta humana, me pone de buen humor.
Intento ahora, deberían verme, moverme como ella, pero no puedo, me da un poco de miedo, no me gustaría que Solo y Loquia tuvieran que llevarme al hospital por una dislocación de cadera; hoy no, pero lo intento.
Fever cuando me besas.
Fever cuando escribo y es bueno y extraño.
Sí, quiero vivir tres años más, quizás cuatro, porque este viento me trae olores y sonidos, porque La Lupe hace que mi piel tenga cosquillas y porque ustedes, desde ahí, curan mi páncreas, mi fragilidad.
Fever

lunes, 19 de julio de 2010

El don de Félix

El vuelo de un mosquito tensa y distiende mis ya rotos nervios. Posa sus patas negras en los gruesos labios de Hendrix. En mi estómago croa un ejército de ranas, tengo la sensación de ser un zar aburrido, un káiser sin uniforme, un papa en un burdel. Vomito sobre mi propio pecho con el recuerdo del perro y la vieja. El cuarto huele a yerba. La gran Sensación ronda por mi cabeza, el campanilleo del sexo de una araña que ata con su largo hilo las patas de mi cama. Cada poro de mi piel es una celdilla, las abejas me picotean dulcemente. El laberinto se enreda. Las escaleras de caracol conducen a una puerta de acero, por su rendija se escapa la luz. Graniza con fuerza ante mis ojos. Las calles parecen piernas de mulata, un sudor frío las recorre, los anuncios son pozos de semen fosforescente, mi ombligo la tarántula sáxea, el intestino una enredadera que se anuda a los dientes, bebo colonia, con una cucharilla golpeo el yelmo de mi cabeza. ¿Quién habitará ahora la habitación de las difuntas Beltrán? El fantasma de Débora niña me enseña la lengua, está llena de moho como creo que la tuve yo alguna vez. Sus axilas siguen oliendo a rosas de estercolero (...)
El don de Vorace (1974)
Félix Francisco Casanova

lunes, 21 de junio de 2010

Mierda de perro

Fútbol humanoide. Copa del tercer mundo pobre para el primer mundo rico. ¿Primer mundo? Sí, estoy mal, fatal, supermegachunga osea tía, humana, flaca Tousiana.
Y no, el caso es que no quiero ladrar cosas de las que pueda arrepentirme. Esto es un blog, un lugar público, púdico, educado, claro, pero qué puedo hacer si todo a mi alrededor se ha vuelto… vuelto… loco. Y vuelvo del paseo caminando hacia atrás como cangreja bicolor, chata y llena de gases.

Que no, joder, mierda, no quiero ladrar cosas de las que luego arrepentirme pero… ¿cómo? Los monos más locos son los que más mandan. Señalan a perros violentos y a toros débiles, culpables, mientras se lavan sus peludas manos llenas de sangre vieja, pegajosa.
Mal, muy mal estoy porque no entiendo nada, claro, soy una perra, sólo eso. Los monos sapiens me miran y me pisan. Los monitos gritan y no sé en qué se diferencian de las ratas, y no sé por qué siguen naciendo, por qué sus padres no paran de traerles hermanos a un mundo tan sucio como éste. Mierda que cago y no debo comer, Loquia se enfadará.

Mierda que cago y no debo comer; huele mal en la calle. Monos con corbatas fuman puros y el humo es blanco gris oscuro. Me lloran los ojos, me pican. Solo no quiere ir al Banco, es la puta casa de los ladrones, dice él, no yo, que no sé lo que es un Banco, claro. Yo espero fuera en unos escalones muy limpios que una cámara alta graba, me graba. Prohibido dormir indigentes, monos más pobres, más listos, quizás.

Fútbol humanoide y mierda de perro. Eso es lo que hay. Lo que hay.
Esto es un blog, un lugar público, púdico, educado, claro, pero yo sólo soy una perra desparasitada, no lo olviden monos, no lo olviden.

Jónsi, Go Do

sábado, 22 de mayo de 2010

Por la boca...


Banquete Opíparo para el humanoide torero

jueves, 8 de abril de 2010

Crimen sollicitationis

Dejad que los niños se acerquen a mí


domingo, 28 de marzo de 2010

¿Vivos o muertos?

Paso y los veo... Subo la calle y la pelirroja me mira con gesto serio. Bajo la calle y la morena me sonríe un poco, no mucho, se hace la interesante.

Todos muy delgados, todos vestidos a la última y siempre con la misma pose, el mismo brillo en la ¿piel?... A éste voy a llamarlo Carlos, a esta Luisa. La gente pasa y los mira pero no les dice nada, no habla con ellos. ¿Qué te ocurre Carlos, estás triste?, tienes cara de triste. Y tu Luisa, te veo un poco cansada, da la impresión de no querer seguir ahí, ¿me equivoco?

Escucho a algunos humanos llamarlos maniquíes: "que súper bien vestido está ese maniquí, parece de verdad". ¿Parece de verdad?, ¿qué quieren decir con eso?, ¿es que son de mentira?
Para mí son bellos, son únicos y diferentes, y no me importa si son de verdad o de mentira. ¿Qué significa ser de verdad? Adiós Carlos, adiós Luisa, hasta mañana...

domingo, 21 de marzo de 2010

La gata de Poe

La línea que separa el instinto de los animales y la razón de la que tanto presume el hombre es, sin duda, borrosa e incierta. (...) Posiblemente, la pregunta de si los animales inferiores razonan o no, no se podrá contestar nunca. (...) Mientras que en su orgullo y arrogancia el hombre insiste en negar esa capacidad de reflexión a las bestias, ya que el concedérsela parecería derogar su propia supremacía, sin embargo se encuentra siempre apresado en la paradoja de considerar el instinto una capacidad inferior, a la vez que se ve forzado a admitir en miles de ocasiones su infinita superioridad sobre la mismísima razón que considera su propiedad exclusiva. (...)

El autor de este artículo es propietario de una de las gatas negras más extraordinarias del mundo (y esto es decir mucho porque, como se recordará, todos los gatos negros son brujas). La gata en cuestión no tiene un solo pelo blanco (...). A la parte de la cocina que más frecuenta sólo se puede acceder por una puerta, que se cierra con un pestillo. Estos pestillos son de construcción tosca y se necesita siempre cierta destreza para abrirlos. Pero la gatita tiene el hábito de abrirla a diario... Hemos observado esta hazaña singular muchísimas veces, siempre impresionados por la veracidad de la afirmación con la que comenzaba este artículo: que el límite entre el instinto y la razón es muy vago. La gata negra, al realizar su hazaña, debe haber utilizado todas las facultades reflexivas y perceptivas que tenemos la costumbre de pensar que son cualidades exclusivas de la razón.

El instinto contra la razón: Una gata negra. 1840

martes, 16 de marzo de 2010

Elefanta


Una Elefanta pasa por delante de una tienda de ropa, en el escaparate un cartel anuncia: Tallas grandes. Tras un mostrador de vidrio con luces de colores, una Pava con pestañas postizas la recibe:
-Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarla? -dice la pava con sonrisa burlona.
-Hola, qué tal... necesito un bañador -responde la elefanta mientras mira la ropa que está colgada.
-No tenemos de su talla -espeta la pava frunciendo los labios.
-¿Cómo dice? Pero si en el escaparate hay un cartel que pone tallas grandes.
-Sí, pero usted necesita una Supergrande, y nosotros no vendemos eso -contesta moviendo la cabeza a modo de negación mientras vuelve a sonreír, la pava.
-¿Entonces mi talla no es la grande, sino la supergrande? -dubitativa la elefanta-; ya entiendo ¿Y dónde puedo comprar ropa de mi talla? Soy nueva en la ciudad y no sé dónde ir -pregunta ahora con la vista hacia el suelo, entre confundida y resignada.
-No tengo ni idea -responde contundente y maleducada pava.

Elefanta sale de la tienda con un andar lento, balanceando la trompa sin sentido aparente. Mientras, desde la puerta de la tienda y fumando un cigarrillo la pava piensa: "Buena suerte, elefanta, buena suerte".

viernes, 12 de marzo de 2010

Sólo un sueño...

Anoche, entre ronquido y ronquido, tuve un sueño extraño.
Hoy me cuesta recordar porque ya saben ustedes, humanoides entendidos, que un sueño no se recuerda, sino más bien se rellena, se reinventa. Con todo, intentaré ser fiel, real, y apartaré de mí la ficción que quiere imponerse.
Sí, los sueños son extraños, pero no siempre vienen llenitos de sangre…

Muchos humanos miran a un mismo lugar, el centro de algo. Hace calor y mi lengua no deja de subir y bajar, de entrar y salir, los humanos saltan a mí lado dando palmas, gritando cosas y ellos también sudan, aunque algunas humanas llevan abanicos que usan con energía. Suena música, hay músicos pero no sé qué pasa.

Ya no estoy en el mismo lugar. Ahora los humanos arriba y yo abajo, detrás de un muro de madera, de tablas rojas, y mis patas pisando tierra, arena amarilla. Los oigo gritar más fuerte sobre mí, sus caras feas desencajadas, gotas de sudor cayéndoles desde la frente hasta los labios. Huele. Es algo amargo que me llena la garganta, la nariz, el cuerpo entero, pero no sé de dónde viene, qué es.

Un golpe contra el muro y un grito diferente, agudo y grave al mismo tiempo, dolor.
Un agujero en las tablas y miro. Los pies de un humano se arrastran dejando una mancha alargada de sangre amarga. Golpeo las tablas con las patas, con la cabeza, el hueco se abre un poco más y lo veo. El humano está desnudo y siento asco y pena al mismo tiempo. Suelta sangre por la boca, por la espalda y da pequeños botes sobre la tierra. Entonces, junto a su cabeza, aparecen dos pezuñas, dos patas negras que se doblan con dificultad, un cuerno cae desde el cielo y se clava en la cabeza del humano.
Ahora no son gritos, sino otra cosa. Ahora no hay humanos, sino toros con pañuelos blancos…
Lástima que sólo fuera un sueño.