domingo, 28 de marzo de 2010

¿Vivos o muertos?

Paso y los veo... Subo la calle y la pelirroja me mira con gesto serio. Bajo la calle y la morena me sonríe un poco, no mucho, se hace la interesante.

Todos muy delgados, todos vestidos a la última y siempre con la misma pose, el mismo brillo en la ¿piel?... A éste voy a llamarlo Carlos, a esta Luisa. La gente pasa y los mira pero no les dice nada, no habla con ellos. ¿Qué te ocurre Carlos, estás triste?, tienes cara de triste. Y tu Luisa, te veo un poco cansada, da la impresión de no querer seguir ahí, ¿me equivoco?

Escucho a algunos humanos llamarlos maniquíes: "que súper bien vestido está ese maniquí, parece de verdad". ¿Parece de verdad?, ¿qué quieren decir con eso?, ¿es que son de mentira?
Para mí son bellos, son únicos y diferentes, y no me importa si son de verdad o de mentira. ¿Qué significa ser de verdad? Adiós Carlos, adiós Luisa, hasta mañana...

domingo, 21 de marzo de 2010

La gata de Poe

La línea que separa el instinto de los animales y la razón de la que tanto presume el hombre es, sin duda, borrosa e incierta. (...) Posiblemente, la pregunta de si los animales inferiores razonan o no, no se podrá contestar nunca. (...) Mientras que en su orgullo y arrogancia el hombre insiste en negar esa capacidad de reflexión a las bestias, ya que el concedérsela parecería derogar su propia supremacía, sin embargo se encuentra siempre apresado en la paradoja de considerar el instinto una capacidad inferior, a la vez que se ve forzado a admitir en miles de ocasiones su infinita superioridad sobre la mismísima razón que considera su propiedad exclusiva. (...)

El autor de este artículo es propietario de una de las gatas negras más extraordinarias del mundo (y esto es decir mucho porque, como se recordará, todos los gatos negros son brujas). La gata en cuestión no tiene un solo pelo blanco (...). A la parte de la cocina que más frecuenta sólo se puede acceder por una puerta, que se cierra con un pestillo. Estos pestillos son de construcción tosca y se necesita siempre cierta destreza para abrirlos. Pero la gatita tiene el hábito de abrirla a diario... Hemos observado esta hazaña singular muchísimas veces, siempre impresionados por la veracidad de la afirmación con la que comenzaba este artículo: que el límite entre el instinto y la razón es muy vago. La gata negra, al realizar su hazaña, debe haber utilizado todas las facultades reflexivas y perceptivas que tenemos la costumbre de pensar que son cualidades exclusivas de la razón.

El instinto contra la razón: Una gata negra. 1840

martes, 16 de marzo de 2010

Elefanta


Una Elefanta pasa por delante de una tienda de ropa, en el escaparate un cartel anuncia: Tallas grandes. Tras un mostrador de vidrio con luces de colores, una Pava con pestañas postizas la recibe:
-Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarla? -dice la pava con sonrisa burlona.
-Hola, qué tal... necesito un bañador -responde la elefanta mientras mira la ropa que está colgada.
-No tenemos de su talla -espeta la pava frunciendo los labios.
-¿Cómo dice? Pero si en el escaparate hay un cartel que pone tallas grandes.
-Sí, pero usted necesita una Supergrande, y nosotros no vendemos eso -contesta moviendo la cabeza a modo de negación mientras vuelve a sonreír, la pava.
-¿Entonces mi talla no es la grande, sino la supergrande? -dubitativa la elefanta-; ya entiendo ¿Y dónde puedo comprar ropa de mi talla? Soy nueva en la ciudad y no sé dónde ir -pregunta ahora con la vista hacia el suelo, entre confundida y resignada.
-No tengo ni idea -responde contundente y maleducada pava.

Elefanta sale de la tienda con un andar lento, balanceando la trompa sin sentido aparente. Mientras, desde la puerta de la tienda y fumando un cigarrillo la pava piensa: "Buena suerte, elefanta, buena suerte".

viernes, 12 de marzo de 2010

Sólo un sueño...

Anoche, entre ronquido y ronquido, tuve un sueño extraño.
Hoy me cuesta recordar porque ya saben ustedes, humanoides entendidos, que un sueño no se recuerda, sino más bien se rellena, se reinventa. Con todo, intentaré ser fiel, real, y apartaré de mí la ficción que quiere imponerse.
Sí, los sueños son extraños, pero no siempre vienen llenitos de sangre…

Muchos humanos miran a un mismo lugar, el centro de algo. Hace calor y mi lengua no deja de subir y bajar, de entrar y salir, los humanos saltan a mí lado dando palmas, gritando cosas y ellos también sudan, aunque algunas humanas llevan abanicos que usan con energía. Suena música, hay músicos pero no sé qué pasa.

Ya no estoy en el mismo lugar. Ahora los humanos arriba y yo abajo, detrás de un muro de madera, de tablas rojas, y mis patas pisando tierra, arena amarilla. Los oigo gritar más fuerte sobre mí, sus caras feas desencajadas, gotas de sudor cayéndoles desde la frente hasta los labios. Huele. Es algo amargo que me llena la garganta, la nariz, el cuerpo entero, pero no sé de dónde viene, qué es.

Un golpe contra el muro y un grito diferente, agudo y grave al mismo tiempo, dolor.
Un agujero en las tablas y miro. Los pies de un humano se arrastran dejando una mancha alargada de sangre amarga. Golpeo las tablas con las patas, con la cabeza, el hueco se abre un poco más y lo veo. El humano está desnudo y siento asco y pena al mismo tiempo. Suelta sangre por la boca, por la espalda y da pequeños botes sobre la tierra. Entonces, junto a su cabeza, aparecen dos pezuñas, dos patas negras que se doblan con dificultad, un cuerno cae desde el cielo y se clava en la cabeza del humano.
Ahora no son gritos, sino otra cosa. Ahora no hay humanos, sino toros con pañuelos blancos…
Lástima que sólo fuera un sueño.